ENTREVISTA A ALBA SABINA PÉREZ, PREMIO DE POESÍA PEDRO GARCÍA CABRERA 2018
Covadonga García Fierro
Tu poemario, Zonas de incertidumbre, acaba de ser galardonado con uno de los premios más relevantes del archipiélago, el Pedro García Cabrera. Háblanos sobre el libro: qué temas tratas, por qué decidiste escribirlo y qué te motivó a presentarlo al premio.
El libro Zonas de incertidumbre lo escribí antes que mi primer libro de poesía publicado, Ya nadie lee a Pentti Saaritsa (Ediciones La Palma, 2015), y casi todo en un periodo corto de tiempo, durante los primeros meses en los que, por motivos de trabajo inicialmente, me trasladé a vivir al sur de Tenerife, concretamente a Costa del Silencio, en Arona. Durante ese periodo, quizás por el súbito cambio, por la quietud de las noches y el insomnio que tenía en esa época, empecé a recordar y a revisitar en mi mente los diferentes viajes que había hecho durante mi vida. De alguna forma, una noche surgió el primer poema, y decidí ver por dónde me llevaba aquella pulsión de querer recomponer la persona o personas que yo había sido en esos lugares, la gente a la que había conocido, las impresiones que había tenido. El hilo conductor es ese: quién eres (soy) cuando cambia el paisaje, quién eres en el frío, en la humedad, en el calor, frente a un río, bajo un molino, tomando una limonada en Candem Town o en la mansión de un músico anciano en medio de un bosque.
Las otras preguntas son difíciles de contestar. Hay un hilo conductor, pero los temas creo que, como casi siempre en la literatura o en la poesía, son demasiado variados, es difícil pretender escribir con un tema en mente. Al menos a mí me resulta difícil porque la intención es una; pero, como dijo Borges, “uno escribe como puede, no como quiere”, y eso se podría trasladar a que una escribe de lo que puede, no de lo que quiere. Lo presenté al premio porque tenía el libro guardado desde entonces, al haber sacado el de Ya nadie lee a Pentti Saaritsa me había desvinculado un poco de él, y el año pasado, releyéndolo, pensé que seguía conservando lo que yo quise reflejar en esos poemas, o más bien lo que reflejé sin ser muy consciente de ello. También por probar suerte, no tenía ningún premio de poesía y creo que el Pedro García Cabrera es un buen premio que me hacía ilusión ganar porque algunos y algunas poetas a quienes admiro lo tienen.
El antropólogo Marc Augé acuñó el concepto de los ‘no lugares’. ¿La idea del poemario tiene algo que ver con dicho concepto?
Quizás, no lo había pensado… Cuando tenía 16 años trabajé durante el verano como azafata de ventas de Airtel en la terminal de llegadas del aeropuerto del sur, junto con una amiga. La gente iba y venía, y nosotras charlábamos con los chicos que devolvían los carritos a su sitio, con el personal de limpieza, con los que estaban en los puestos de las perlas Majórica y Piedras del Teide, etc. Era como un microcosmos en el que transformábamos el no-lugar por antonomasia en un lugar. Creo que el no-lugar es mental, todo sitio es habitado por alguien y no habitado por otros. El salón de mi casa es un no-lugar para el instalador del wifi o para el repartidor de agua. Creo que, en cualquier mirada, por lógica, hay un punto de egocentrismo; y aunque yo trato de tener una visión panóptica de las cosas y de entender cómo puede sentirse el otro, de comprender esa alteridad, en realidad soy una extranjera, y quiero ser consciente de mi condición. Este libro es el libro de una extranjera que habita un instante impreciso y prescindible en el “sí-lugar” de otro. Como extranjera, lo único que espero es dejar una mínima impronta en ese lugar, aunque sea con estos poemas.
Hablemos sobre tu universo creativo. Sabemos que trabajas como traductora. Entre otros autores, has traducido a Scott Fitzgerald, Katherine Mansfield, Washington Irving o Willie Collins. Además, también has traducido películas, series y documentales. ¿Qué ha aportado todo este cúmulo de experiencias en la traducción a tu literatura?
La traducción te hace obsesionarte con una búsqueda del lenguaje, creo que es inherente a la profesión. Es muy difícil leer un texto o ver una película o una serie con mayor detenimiento que cuando traduces, al menos desde mi experiencia. Yo he llegado en ocasiones a notar una profunda emoción con textos que traducía y que ya había leído previamente, incluso que había leído en varias ocasiones y a los que había prestado la atención habitual como lectora. Ocurre cuando el escritor o la escritora son muy buenos, cuando es literatura realmente bien escrita y que tiene un poso de lucidez o brillantez. Ocurre porque sientes muy cerca la duda, la intención, también la imprecisión o el dolor incluso, es casi como escribir un poema, ese pequeño hallazgo de inspiración. Aunque en este caso sea ver el germen de la inspiración ajena, es muy bonito. Supongo que tangencialmente te hace leerte de otra manera, te regala o condena a un desdoblamiento, a una forma distinta de enfrentarte a tus textos y ver aquello que fuiste en ese instante en que escribías. También el vocabulario que adquieres involuntariamente y la capacidad de pensar de otra manera porque es inherente a tener que hacerlo en otro idioma, con otros conceptos y otro léxico que define otras realidades. Ese vocabulario no creo que sea importante o determinante en sí mismo, lo que es determinante es que de pronto tu mente se plantea circunstancias que antes te habrían pasado desapercibidas.
¿Cuáles fueron y/o son tus principales referentes literarios?
No recuerdo mi vida sin el deseo de ser escritora. Creo que nunca quise ser otra cosa. Bueno, sí quise ser otras cosas, pero siempre por detrás de la escritura. Eso hacía que desde pequeña leyese todo en dos planos: como lectora y como persona que tenía la voluntad de crear. Recuerdo de niña sentirme atrapada por el ambiente de los libros de Michael Ende, por ejemplo, y luego, en mi adolescencia, querer escribir como los escritores anglosajones que iba descubriendo: Scott Fitzgerald, Virginia Woolf, Dos Passos, J. D. Salinger (sobre todo este último). No sé si tengo un referente literario concreto, creo que no, amo las buenas historias, los buenos poemas, los buenos ensayos… Ahora, por ejemplo, estoy leyendo Apegos feroces de Vivian Gornick, y pienso que me encantaría escribir una novela así.
Es muy conocida la máxima ‘traduttore, traditore’ (traductor, traidor), que apunta la imposibilidad de que un traductor refleje exactamente lo mismo en el resultado de su trabajo que lo que se expresaba en la lengua de origen. Desde este punto de vista, se podría contemplar el ejercicio de la traducción como una ‘zona de incertidumbre’?
Creo que incluso escribir puede ser considerado como habitar una zona de incertidumbre en muchos sentidos, y sí, traducir también, porque en ambos casos hay una diacronía entre el pensamiento, las expectativas, lo que logras decir y lo que la otra persona recibe. Casi que me resulta más interesante lo que no llega que lo que llega en muchas ocasiones. Traducir implica siempre una sensación de frustración. Cuando dominas otra lengua y lees algo que te emociona -y no me refiero a que te emocione por el contenido, sino por lo bien que está escrito, por el recorrido mental del autor o autora, porque ves las aristas de lo que quiso decir y logró decir-, sientes que es imposible del todo hacerle justicia. Haces una elección, una aproximación, pero para ti esa lengua constituye otro pensamiento distinto, y por eso los traductores a veces dejamos tantas notas al pie, para tratar de redimirnos un poco de las limitaciones intrínsecas de nuestra labor.
Sabemos que, además de la poesía, también has cultivado la narrativa breve y la novela. Consideras que las artes audiovisuales han influido en tu estilo como narradora?
Sí, mucho, y lo he pensado muchas veces releyéndome. Tengo formación como guionista, y además de eso, me crie con la televisión y con el cine, mi mente funciona un poco como la del niño protagonista de una serie (de la cual no recuerdo el nombre) que veía secuencias de películas cada vez que ocurría algo en el mundo real. Hay gente que tiene citas de libros en mente cada vez que ocurre algo, y yo tengo secuencias de películas y de series. El cine tiene también sus limitaciones, no puedes explicar al lector cómo se sienten los personajes con palabras; bueno, puedes, pero no de la misma forma, y eso te obliga a buscar una manera efectiva de pensar con la mirada, de mostrar y no demostrar, como decía Fellini. También algo que hago intuitivamente, creo que incluso con la poesía, es estructurar los relatos de una forma clásica, como en el cine. Mi mente funciona en tres actos, involuntariamente, o al menos eso me parece a veces.
¿Qué observas en las redes en relación con la creación literaria?
Las redes sociales han cambiado sustancialmente la forma de relacionarnos, no me refiero solo a los creadores, sino a todo el mundo occidental. Por otro lado, las redes han amplificado problemas que ya existían, y uno de ellos es el empobrecimiento, no voy a decir de la cultura, pero sí al menos de la capacidad de tener paciencia para aprender y leer, para no quedarse en los titulares. Siempre fuimos así, siempre existió esa “cultura de la contraportada”, solo que no nos habíamos dado cuenta. En las redes hay de todo: escritores y escritoras que las usan para exponer sus creaciones de forma directa; otras personas, entre las que me incluyo, que las usamos como diario, como incubadora de ideas, como lugar en el que dejarnos llevar por la inmediatez o generar debate, y otras que sencillamente no las usan o lo hacen de forma muy ocasional y sin darles importancia. Todo me parece legítimo, me puede gustar más o menos, pero me lo parece. Lo que pasa es que la democratización de los emisores lleva aparejada, inevitablemente, una democratización de la calidad de lo que se expone, y ha bajado el listón de lo que consideramos válido.
¿Crees que en la actualidad las autoras tienen las mismas oportunidades que los hombres para alcanzar su ‘espacio propio’ y el estatus que les corresponde según la calidad de sus obras?
No tienen las mismas oportunidades en absoluto, lo peor es que estamos en una época donde a los hombres, e incluso a muchas mujeres, les cuesta comprender que es así porque en apariencia, en la superficie, estamos ahí, somos visibles, no hay impedimentos legales ni académicos aparentes para que sea algo nítido y flagrante. La discriminación ahora opera de una forma más discreta, como ha ocurrido siempre con el patriarcado cuando las mujeres logramos un avance: el sistema lo fagocita y crea nuevas herramientas adaptadas a los tiempos para ocultar que seguimos estando peor. Hay un grave problema con lo que consideramos “canónico” porque no se trata de meter mujeres dentro del canon con un calzador, sino de cambiar los parámetros de lo que consideramos válido y relevante. Es muy difícil que alguien que ha leído a un 80 % de hombres durante toda su vida adulta vaya a valorar de la misma manera la mirada de una mujer, a menos que se adapte al “relato masculino”, y yo creo que no somos nosotras las que tenemos que acercarnos a ellos, sino a la inversa, sencillamente porque ellos tienen la casa tomada, no nosotras.
Para terminar, ¿querrías dar un motivo a los lectores de esta entrevista para leer Zonas de incertidumbre?
Este libro lo escribí antes que el que tengo publicado, Ya nadie lee a Pentti Saaritsa, y es de los pocos libros en los que he tratado de seguir un concepto concreto. En este caso, es un cuaderno de viajes real, sobre lugares que he visitado, pero también un viaje hacia las personas que he sido en cada uno de esos lugares. No sé qué motivo ofrecer para que lo lean, pero a mí como poeta me gustó mucho escribirlo. Me permitió, en un momento en el que fue necesario para mí, revisitar mi vida, mis vidas, en realidad, y están todas ahí, o casi todas, en esa zona de incertidumbre que es la poesía.
Entrevista a Alba Sabina Pérez, ganadora del premio de poesía Pedro García Cabrera, Suplemento Cultural El Perseguidor, Diario de Avisos (2 dic. 2018).
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