Lágrimas y tiempo. Iván Cabrera Cartaya

Reseña publicada en el suplemento cultural El Perseguidor, de Diario de Avisos, el 19 de mayo de 2019.

Cuando conocí el título de este libro, Genética del llanto, lo primero que me vino a la mente fue una pregunta: ¿de dónde viene el llanto?, ¿quién lo creó, lo imaginó o lo sufrió por primera vez?, ¿quién no pudo contenerlo? Me pareció hermoso y evocador pensar en aquel ser humano o animal que llora por primera vez ante el pasmo de sus iguales, no sabiendo cómo reaccionar, cómo iniciar un gesto de consuelo sin comprender qué le ocurre al que llora.

En el canto XVII de la Ilíada, los versos cantan las lágrimas de Janto y Balio, la pareja de caballos de Aquiles, ante el cadáver prematuro del joven Patroclo; episodio donde el poeta relaciona tan oportunamente el símil de la caída del cuerpo de los combatientes con la caída de las lágrimas desde los ojos de los animales. Esa caída se repite una y otra vez en los versos griegos para enfatizar el dolor y la irremediabilidad. Si hablamos de conceptos como origen, poesía y llanto, no quedaba más remedio que recordar esos pocos versos inmortales de hace casi treinta siglos.

Existen tres tipos de lágrimas: las basales, las reflejas y las psíquicas, aquellas que identificamos con el llanto y que ya no se corresponden con una propiedad del ojo ni con una defensa de este ante un objeto extraño, como el polvo o un exceso de luz; sino con la prueba de una tensión emocional, de algo que ocurre en nuestro interior y que, tras romperse, sale de pronto afuera. ¿Y el misterio de esa posición del cuerpo cuando lloramos, muchas veces sentados, recogiendo las rodillas con los brazos y con la cara inclinada hacia el pecho, como si intentáramos, a través de ese cristal fugaz, mirar hacia dentro, ver el fondo de uno mismo?

Lo que sí sabemos es que nuestra cultura ha penalizado siempre las lágrimas desde un machismo atroz que las ha confundido con debilidad, infantilismo o fracaso. El hombre y la mujer, como escribía Flaubert en una de sus más bellas cartas, están de nuevo solos, tal vez acompañados nada más que de sus lágrimas, y las lágrimas de la poeta no deben ser consoladas ni reprendidas según nos prescriben nuestras viejas mores.

El libro, una bellísima edición bilingüe español-italiano de Ediciones La Palma que ha contado con la traducción al italiano de Aldo P. Gargiulo y Ramiro Rosón, se divide en dos partes que creo íntimamente relacionadas. La primera y más larga, denominada «La soledad y el tiempo» en homenaje a la escritora Pino Ojeda, que iba a utilizar este título para uno de sus poemarios y finalmente nunca lo hizo, consta de veintiséis poemas que merecieron un accésit en la XL edición del Premio de Poesía Félix Francisco Casanova. Soledad y tiempo son dos conceptos centrales para la historia y la cultura, pero aquí son ideas sentimentales, diapasones de la emoción. «¿Qué es el tiempo? Si no me lo preguntan, lo sé; si me lo preguntan, lo ignoro», decía Borges citando a San Agustín, y esa reflexión tan reveladora de las Confesiones nos dice que podemos intuir, sentir el tiempo; pero difícilmente definirlo, decir qué es. Gaston Bachelard apunta que el agua es el elemento más relacionado con la temporalidad; así es que lágrimas y tiempo son dos gemelos que parecen correr en paralelo.

Ocupas dos cosmogonías paralelas:

Estás

en el lugar que te percibe cada noche.

Eres

este tiempo mío que no te olvida.

El amado que se evoca en este poema, «Cosmogonías», parece estar dividido en dos tiempos y espacios a la vez; pero no: nuestro idioma, diferente con respecto a otros como el inglés, distingue los verbos ser (esencia) y estar (circunstancia), que para un hablante de español no son lo mismo. De ahí lo emocionante de que el amado sea, para la voz poética, el cúmulo del tiempo en que se ha vivido sin haber olvidado aquel amor. Pero también quiero destacar otros poemas que para mí son redondos, como «El origen», «La mañana» o el titulado «Las hojas» (Le foglie), con indudables ecos a Heráclito:

Todos los otoños caen las hojas,

Pero no hay dos otoños iguales.

La vida es un largo pensamiento

Con distintas estaciones.

Covadonga García Fierro no es una poeta que abuse de las figuras retóricas y sus juegos matemáticos; y esta desnudez de su estilo se aprecia desde el primer texto. Tampoco encontramos en este poemario el lenguaje amanerado, flébil, cursi, pop, que ahora está en boga entre los poetas jóvenes más conocidos y vendidos en España, y que no permite que los distingamos o los recordemos. Al contrario, asombrémonos porque lo que vemos aquí, en una poeta de sólo veintiséis años, son las pruebas de alguien que ama el lenguaje, lleva mucho tiempo conviviendo con él, lo conoce en profundidad y lo utiliza con precisión.

En esta primera parte del libro vemos a una poeta fuerte, libre, independiente pese a su aguda sensibilidad, y que en un texto como «Amar la vida» hace toda una declaración de estas virtudes:

Adoro tu forma de amar la vida

y proteger al más indefenso de los seres.

Cuando rescatas a la abeja de la muerte segura

y ofreces a la araña tierra firme

donde tejer la historia.

Y adoro también que tú no me salves;

que tiendas la mano y esperes,

en la otra orilla,

a que yo decida salvarme sola.

Tan valiente tu elección para nosotros.

Tan pleno el universo en su victoria irrevocable.

Covadonga García Fierro, una mujer nueva, moderna, feminista, es capaz de salvarse sola y de que el amigo al que dedica este texto lo sepa y no intervenga en esa tarea personal, en esa libertad que la mujer de hoy se ha ganado.

La segunda parte de esta bellísima obra lleva por título «Grieta del silencio». Es una sección de solo cinco poemas cortos. Pero ¿qué es una grieta? La grieta parece ser el signo del sufrimiento, la visibilidad de una rotura que, como las lágrimas, solo mostrándose es tenida en cuenta, cuando ya la sanación parece imposible. Además, ¿no es el llanto una grieta y la grieta algo así como un llanto detenido? No sabemos lo que puede circular, colarse por esa grieta, ¿no es una grieta también un camino, una vía de acceso al otro lado?

Este trabajo poético dibuja el espectro de una emotividad y un pensamiento bien definidos. Hay que destacar la importancia en esta segunda parte de un poema como «Los espejos», tan machadiano, que niega cualquier romanticismo narcisista y sintetiza admirablemente la complejidad de un tema central como es el de la identidad:

A veces busco los espejos

para encontrarme con ellas.

Las otras mujeres que he sido

y aún viven en mí, ocultas.

(…)

Busco, especialmente,

unas manos entregadas

al tacto y a la ternura.

La mujer última que fui.

La alegría atrapada

en el fondo del cristal.

La voz poética, siempre apasionada, siempre valiente, nos dice que no teme a la muerte ni al amor, sino a la soledad y al vacío de una vida que se consuma ausente y necesitada de la relación con los demás. La poeta lo sabe y su voz, emocionada y contenida a la vez, testifica y se alza como ofrecimiento, dispuesta a sentir y a conocer mediante el amor y el lenguaje.

Reseña publicada en el suplemento cultural El Perseguidor, de Diario de Avisos, el 19 de mayo de 2019.