Reseña Elsa López

Reseña domingo 15 de noviembre de 2015 en el Suplemento Cultural El Perseguidor, de Diario de Avisos.

“Añadir al dolor el gozo del amor es la aventura que nos propone Covadonga García Fierro en Almario

Una vez, en el año 1990, invitada por Juan Hidalgo, asistí en Milán al Festival Internacional Milano Poesía. Una poeta japonesa ofreció su particular performance, que consistía en una manifestación poética llena de delicadeza. En un cubo llevaba cientos de burbujas de polen que iba arrojando a su paso entre los espectadores y soplando después para que volaran por todo el recinto. Las esporas se movían por el aire y luego caían al suelo. Ella parecía volar detrás de ellas. Esa imagen se quedó grabada en mi mente. Cuando leí por primera vez el libro de Covadonga García Fierro me volvió la imagen. Y así, los poemas de Almario me parecieron salir volando por los rincones de la habitación como esporas leves, huidizas, esponjosas, casi transparentes. Había en ese libro poemas la prolongación de un gesto, de una voz, de un cuerpo; como si ella misma fuera el recipiente del que surgieran esas voces; como una cavidad sonora poblada de sentidos: olores, tacto, sabores raros… La proporción y la medida de los versos eran como los movimientos regulares y armoniosos de su cuerpo; como si de sus dedos salieran pájaros, colores, nubes, vapores de esa rara ternura que Covadonga extiende por el aire como si fueran pequeñas burbujas que desperdiga el viento.

Luego he vuelto a leer esos poemas, ya encerrados en un libro; ya presos del papel y los renglones. Los he leído intentando separarlos de la persona que los escribió y confieso que no he podido. No sé si los poemas huelen, pero si lo hicieran olerían a ella, tendrían el aroma tan particular que ella va dejando a su paso. Porque Covadonga huele a frutas, a polvos de talco y a colonia fresca. De su alma-armario salen enaguas de hilo recién planchadas, encajes al filo de sus camisones de algodón. Ella es así. No hay diferencias entre lo que escribe y lo que es. No hay variaciones en sus versos, en sus poemas, en sus gestos o en sus pensamientos. Recuerdo el día que la conocí. Estaba sentada delante de mí en un recital en el Instituto de Estudios Canarios. Yo recitaba y ella había acudido a escucharme. Ese día le dije que me gustaba algo en ella: los ojos, quizá tan brillantes, tan de agua limpia. Escribo me dijo. Escribo poesía. Me gustará leerte, le contesté. Seguro que son especiales. Lo pensé o lo intuí. Andrés Sánchez Robayna, que estaba a mi lado, se volvió hacia ella y le dijo: Elsa es un poco bruja. Andrés tenía razón.

Almario ha sido publicado por Ediciones La Palma (Madrid), y ha aparecido en la colección Ministerio del Aire. A veces, la gente me pregunta por qué llamé así a esta colección. Siempre me ha parecido que la poesía es volátil, etérea, y de ahí la naturaleza de su ministerio. Es la colección que llevo yo misma, sin delegar en nadie más a la hora de decidir publicar o no un texto, y esto es así porque en su momento me propuse que en esta colección se publicaría, sencillamente, aquello que a mí me emocionara, sin más criterios que mi experiencia personal frente al libro.

Al leer Almario, he comprendido lo que ya me gustaba en Covadonga: sus palabras, el ritmo de sus palabras, la delicada permanencia de una constante armonía interior. Todo eso que encontré luego en su cariño, en su dedicación a mi poesía; en su entrega a ella. Ahora, al leerla, compruebo que ese trayecto de ida y vuelta se cumple entre nosotras. Ella me lee. Yo la leo. Entre esas constantes gratificaciones, el ser su editora es una manera más de encontrarnos mutuamente. Ella es la que estudia mi poesía, yo soy quien la lee a ella y se reconoce en su ritmo y en su medida. Algunos versos podría haberlos escrito yo misma, y algunos míos podrían ser perfectamente suyos. Los versos no son propiedad de nadie. La visión del universo puede ser compartida. Las mismas ideas para los mismos acontecimientos, los mismos ritmos para una determinada música, los mismos versos para poemas diferentes y con palabras distintas, pero que nos suenan a haber sido escritas mucho antes que nosotros tuviéramos la osadía de intentar escribirlas. Por eso Covadonga me suena a mí misma y a ella; y cuando ella me lee, mis poemas le recuerdan los suyos. La misma manera de amar y sentir. La misma de ser diferentes. Hay determinados peces que nadan igual que yo. Y cuando los persigo debajo del agua, me doy cuenta de esa suerte de mímesis. Hay una correspondencia natural. El dolor de Covadonga es parecido al mío. Y si yo no hubiera escrito un solo poema en mi vida nada se hubiera perdido, porque ella habría venido a rescatarme de esa tristeza amorosa que parece perseguirnos.

Añadir al dolor el gozo del amor es la aventura que nos propone Covadonga en Almario. El amor es una constante en este libro que guarda la razón de ser de esta mujer que conoce los sinsabores del desamor y de la ausencia, o quizá solo el miedo y la desazón de la pérdida más por temerla que por padecerla. Muchos de nosotros, al leerlo, disfrutamos de este exquisito y doloroso manjar que es Almario. Merece la pena abrir las puertas de este libro y entrar en sus distintos apartados para entender lo que ella ha querido transmitirnos en su ciclo inevitable, en aquello que encuentra entre los libros, lo que da expresión a sus arrugas, lo que llena de ternura sus instrumentos de búsqueda y lo que acaba convertido en una lluvia de lágrimas suicidas a ritmo de bolero. Aquí está lo que ella ha sabido descubrirnos y entregarnos, con la generosidad que la caracteriza.

Texto leído por Elsa López en la presentación de Almario (2015), en el Ateneo de La Laguna, en octubre de 2015.

Fue publicado como reseña del libro el domingo 15 de noviembre de 2015 en el Suplemento Cultural El Perseguidor, de Diario de Avisos.