La herida perpetua: notas para una lectura de Primavera que sangra, de Andrea Abreu López
por Covadonga García Fierro
Dar por hecho que el cuerpo de la mujer es observado con naturalidad en el siglo veintiuno, que los tabúes y prejuicios sexistas están superados, es una pretensión tan ingenua como irreal. Prueba de ello es que las madres no puedan dar el pecho a sus bebés en público o que, por ejemplo, en determinados países esté prohibido que la mujer haga topless en la playa. De ahí que contribuciones como la que hace Andrea Abreu López al tratar literariamente el tema de la menstruación con total libertad constituyan un esfuerzo más que debemos valorar en esa lucha constante por alcanzar la igualdad real entre hombres y mujeres. Porque la igualdad solo será alcanzada cuando no exista violencia simbólica, cuando el cuerpo de la mujer en su totalidad sea verdaderamente contemplado como lo que es, naturaleza, y en la mirada hacia el otro –en este caso la otra– no quede atisbo alguno de represión o censura.
El fanzine publicado por Andrea Abreu López, Primavera que sangra (2017), combina fotografías, collages y textos literarios en los que se incluyen citas célebres y versos de autoras que también han abordado poéticamente el tema de la menstruación (Lilian Sofía Fuentes, Judy Grahn, Pilar Adón), numerosos poemas y una interesante parte final –la más interesante desde mi punto de vista–, titulada “Los cinco días que dura el sangrado”. Se trata de un diario en el que la autora desvela las sensaciones que tiene la mujer a lo largo de los cinco días del período, utilizando una prosa poética en la que se han eliminado los signos de puntuación, con lo cual se logra la sensación de estar ante una corriente fluida de palabras más cercana a la escritura automática. Pero vayamos por partes.
Lo primero en lo que indaga la autora es en una pregunta sencilla, qué es menstruar. Como para todas las preguntas sencillas, existen varias respuestas posibles: “Es tener sangre pero no tener heridas”; “Es callar secar doblar tirar y esconder el delito”; “Es la forma de exultar el odio”; “Menstruación es un milagro muerto que yace en las bragas”; e incluso tal vez sea “una enfermedad de nacimiento”. En todos estos versos, recogidos de diferentes poemas que se van sucediendo, el lector extrae la misma conclusión: la menstruación es un proceso fisiológico que afecta a la mujer, pero, lejos de ser asumido con naturalidad, a este proceso físico se le agregan cargas negativas de tipo simbólico-religioso y social. Es un tema tabú; la mujer debe padecerlo en silencio, escondiéndose. Y debe liberarse de la mancha lo antes posible. Porque, tal y como apunta en uno de los collages Andrea Abreu López, las mujeres, aun antes de serlo, tenemos prohibido ensuciar. No puede haber mácula en nosotras. Debemos ser puras. Debemos ser blancas como la compresa, el váter o la inocencia que alguna vez fue nuestra. “¿Por qué yo no puedo ensuciar?”, se preguntan las niñas, que no entienden las normas de los adultos, el sistema en el que todo queda dividido por roles. El mundo en el que ellos sí pueden ensuciar y ellas no. El mundo en el que “ellos no sangran/ por eso ellos dicen que no/ debo hablar de mi sangre”.
Pero, ¿por qué nos escondemos? “Me sumerjo en el agua salada para lavar el cuerpo de mi/ abuela/ el de mi madre/ y el de las otras mujeres/ que no pudieron tocar el salitre cada veintiocho lunas/ Me bebo el miedo/ Les limpio/ las costras/ de los muslos”, escribe la autora en uno de los poemas más notables del fanzine. Sí. Como todo en la vida, este esconderse es educacional; nos han enseñado a que debemos esconder nuestra mancha como ya lo hicieron la madre y la abuela. Generación tras generación se nos inculca que debemos intentar ser siempre más puras, más castas, más vírgenes y menos Evas. No basta con ser mujeres.
Se nos enseña que todas las mujeres nacimos de la costilla de Adán. No basta con que todos los hombres hayan nacido de una vagina para revertir el daño.
La mujer no es mujer hasta que sangra. Esa primera sangre sin herida indica que ha llegado el momento. El momento de heredar todo lo que significa ser mujer. Y llevar ese peso sobre los hombros en el ascenso del calvario: “Esta es la versión más fiel de mí misma:/ un animal que brama y se retuerce/ en su íntima miseria”, expresan excelentes versos de la autora, haciendo hincapié en este íntimo silencio que todas las mujeres conocemos. Aquí llega otra de las preguntas de Andrea Abreu López: ¿Hacia dónde va la sangre cada 28 días? “Hacia las cavidades subterráneas del mundo”, responde. Hacia las cavidades subterráneas de todo lo que la mujer calla y olvida, perdona y acata.
Así, la mujer ha olvidado durante siglos la hermosura de su propia naturaleza. La ha escondido. Ha hecho de ella una mancha de la vergüenza. Pero Andrea Abreu López nos la recuerda. La rescata para nosotras y ya no la denomina mancha ni vergüenza ni pecado, sino “savia roja de los troncos de los árboles”; y añade esta metáfora de suma belleza: “Como las nucas de las flores/ mi cuerpo-péndulo es un aspersor/ en las horas nocturnas”. Versos que son un regalo para los sentidos.
No quisiera avanzar más en este comentario sin decir que los collages de Andrea Abreu López están llenos de simbología. Más arriba me he referido al que corresponde a las niñas que se preguntan por qué no pueden ensuciar; me refiero ahora al que dice “Ya es mujer”, y en el que vemos un rostro femenino y una mano se acerca a la boca, tal vez en expresión de sorpresa. O tal vez solo se apoye levemente en la barbilla, en prolongado gesto de reflexión. Los corazones humanos ensangrentados y las flores, símbolo de fertilidad –como la primavera que da título al fanzine– son los otros elementos claves de esta composición. En otra ocasión, encontramos varias compresas voladoras haciendo su propio giro alrededor del planeta Tierra, en una imagen llena de humor, donde se nos advierte “No lleves la ropa blanca”, con la que Andrea Abreu López muestra su lado más sarcástico, juguetón y divertido.
Vuelvo ahora a “Los cinco días que dura el sangrado”, diario en el que Andrea Abreu López utiliza la sutil metáfora de los pájaros picoteando el cristal de la ventana para expresar la sensación creciente de dolor que viene con la regla el Día 1: “Hace algunos días que hay un pájaro que martillea con su pico el cristal de la ventana Yo no tengo miedo Pero el martilleo retumba dentro de mi vientre Y hace que algo Hace que algo extraño se contraiga y tenga dolor Dolor como de huesos rotos Dolor como de experta Hace algunos días que este pájaro va y vuelve con ramitas en la punta del pico abierto y las deposita en el alféizar de la ventana”.
Esta hermosa y dolorosa metáfora del pájaro que insiste en picotearnos el estómago tiene como contrapunto, en el Día 2, a la perra que vive con la afectada, su desconcierto y su soledad: “La perra anda como una loca llorando y jadeando Se afana Coge las paredes con los colmillos y les arranca los pedazos que luego encontraré en el suelo La perra tiene ansiedad por separación No la enseñaron No Sabe ¿No sabes? enséñale a sentarse/ enséñale a echarse/ enséñale a traer el periódico/ a reparar las goteras/ o a beberse el agua de las goteras/ dijeron/ pero no dijeron enséñale a querer con mesura/ no la dejes sentir todo el cariño/ no dijeron enséñale a no lamerse sitios impropios en público”. Este pasaje no solo habla de la educación que se le ha dado a la perra. Evoca la educación que hemos recibido todas las mujeres a lo largo de los siglos: hacer en casa todo lo que se nos ordene, ser dependientes emocionales, amar incondicionalmente, sin límites o mesura y, por supuesto, no saber vivir sin el amor del otro –ese otro que siempre ha sido el hombre–.
Así, más adelante, en el Día 4, la autora nos da la clave: “Me contorsiono Me contraigo Me enojo Convulsiono convulsiono convulsiono Y corcoveo Corcoveo como un caballo triste Como una yegua Como una perra que no puede estar sola Por eso me sonrío y al mismo tiempo lloro Y aúllo como un lobo gris Pero los otros me miran y me dicen histérica”. Sí. La mujer sufre su íntimo dolor como la perra que no sabe vivir sin su dueña. Sufre en silencio su miseria de ser mujer.
Porque ser mujer es una herida perpetua que sangra. Una herida que no debemos esconder, sino aprender a curar.
Artículo “La herida perpetua: notas para una lectura de Primavera que sangra, de Andrea Abreu López”, en revista Fogal, 13 (sept. 2017).
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