Reseña del poemario Personne
Personne, de Alba Sabina Pérez
Covadonga García Fierro
El eje temático del libro de poemas Personne (Ediciones La Palma, 2018), de Alba Sabina Pérez, es la identidad. Pero la identidad observada desde las distintas formas que esta puede adoptar a la hora de que una escritora reflexione sobre ella. Como un prisma con distintas caras, las cuales nos ofrecen perspectivas diversas y complementarias en torno a un mismo motivo.
La primera cara de ese prisma nos la presenta Alba Sabina Pérez a través del título, Personne, y del juego semántico que este vocablo francés nos plantea, pues tiene dos significados opuestos al mismo tiempo: ‘nadie’ y ‘persona’ (es decir, ‘alguien’). Es curioso cómo una misma palabra puede adoptar significados radicalmente opuestos según el contexto en el que sea utilizada.
Pero la segunda cara de ese prisma del que hablábamos, de esa figura poliédrica que nos ofrece el tema de la identidad, va todavía más allá. Y es que la estructura del libro no es casual: Alba Sabina Pérez divide el libro en dos partes claramente diferenciadas. La primera parte la dedica a poetizar sobre personajes secundarios de novelas, relatos o canciones que, por primera vez, asumen en este libro el papel protagonista: Grete Samsa, Pieretto, Lucia Joyce, Eleanor, Solomon, las hermanas Garmendia o el gato Offenbach son algunos de ellos. Sirvan como ejemplo de la sensibilidad de Alba Sabina Pérez estos versos del poema que dedica a Eleanor:
Eleanor se pone
la cara de melancolía
y va a la iglesia
a matar su memoria:
Nunca ha sabido
qué quiere que graben
en su epitafio.
Poderosos son también estos versos con los que termina un poema dedicado a Ena Berenguer:
Las mujeres fuertes,
más que amar,
logran evitar la nada.
Por otro lado, la segunda parte del libro la reserva la poeta para hablar de su propio mundo interior, de los temas que a ella le preocupan como individuo (el paso del tiempo, la propia evolución de nuestra identidad individual, la memoria), pero incluso estos temas los transita a través de la imagen de otras personas; personas anónimas que podrían perderse entre la multitud, pero a las que Alba Sabina Pérez observa, imagina o reinventa para proyectar en ellas, como si de verdaderos espejos se tratara, sus propias preocupaciones existenciales y personales. Sirvan como ejemplo estos versos del poema titulado “La mujer que llora”:
La veo andar hacia la plaza
la veo en chándal
con el pelo recogido
en una coleta torcida
sosteniendo una carpeta gruesa
caminando con la mirada al [frente
sin desviar
sin bajar los ojos
como si pudiese con las pupilas [tocar el horizonte.
Anda hacia la plaza
sin levantar el polvo
con los ojos llenos de lágrimas
con los ojos llenos de terror
como si hubiesen anclado
a sus retinas
una noche profunda.
Y es que, como bien afirma Alba Sabina Pérez en uno de los poemas más hermosos del libro, titulado “La belleza del Leviatán”, la justicia es un bello pensamiento. Y la justicia también está en apreciar cómo determinados personajes secundarios de nuestra tradición literaria han sido responsables, en buena parte, de la grandeza de los protagonistas. De la misma manera que también es justo que, al menos por una vez, el camarero que trabaja silenciosamente, la mujer que llora porque lo ha perdido todo y se ha encontrado a sí misma o todos aquellos amores que se han ido, y nos han dejado a solas, mirando al tiempo, se conviertan en materia poética. Porque, aunque sean personas anónimas, podríamos ser cualquiera de nosotros. Porque, a pesar del llanto, la pérdida, el paso del tiempo o la soledad, también han dejado una impronta en nuestra identidad. Y porque, aunque exista miedo, dolor o desengaño, si hay algo que nos enseña este libro es, precisamente, que siempre hay un comienzo nuevo.
Al final de la publicación, encontramos el poema titulado “Yo”, que puede leerse como una síntesis de toda la segunda parte del libro, más personal e íntima, pero también como colofón de ese juego de poetizar sobre personajes secundarios y personas anónimas.
Es decir, Alba Sabina Pérez se deja a sí misma para el final, como si se considerase ella también un personaje o una persona -también en esto hay un juego con la identidad- que puede pasar desapercibida o adoptar en su vida cotidiana papeles secundarios, pero que al mismo tiempo tiene algo valioso que ofrecer al mundo, de igual manera que todos los personajes secundarios y las personas anónimas que la preceden en las páginas de esta hermosa y genuina obra. Declara Alba Sabina Pérez en los versos finales de este poema:
y solo quiero darme un abrazo a mí misma,
a esa yo de pelo largo,
de voz rota y aguda,
de voz de llanto
que ya no se recuerda
y salvo eso
lo recuerda todo.
Y es cierto que lo observa y lo recuerda todo. Es minuciosa, detallista y muy precisa con las palabras que utiliza.
Con respecto a la trayectoria de la autora, cabe apuntar que, en el título de una de sus entregas literarias anteriores, Ya nadie lee a Pentti Saaritsa, se podía apreciar ya cómo Alba Sabina Pérez vindicaba la figura de un poeta, Pentti Saaritsa, del que la mayoría de los lectores fineses conocían sus traducciones, pero no su obra creativa. Por lo tanto, este afán de la autora por visibilizar a determinados personajes literarios, la figura de determinadas personas anónimas, marginales y auténticas o a autores a los que Alba Sabina Pérez admira viene de atrás, y es una muestra de una de las características que mejor retratan a la autora: es una poeta muy observadora.
Decía Charles Baudelaire que “el poeta es el observador de su tiempo”, y considero que en Alba Sabina Pérez esta máxima se cumple, puesto que ella se fija en los detalles, en los trazos, en los gestos, en las esquinas, los rincones y las copas vacías. Posa sus grandes ojos oscuros sobre la realidad que va quedando en los márgenes o en la sombra y, a través de su palabra, la coloca en el centro para nosotros, sus lectores, y vierte luz sobre la penumbra, el polvo o el olvido para que también nosotros nos fijemos en aquellas personas, personajes secundarios, animales u objetos que continúan siendo bellos. Rescata a quienes son “invisibles”, como reza el título del poema que abre el libro, o incluso a aquellos que son ‘nadie’, y los transforma en alguien (en ‘persona’); los saca del anonimato y les da nombre y apellidos; nos habla sobre su llanto, su alegría, su esperanza o su melancolía. Así, los primeros versos del libro se pueden leer como una declaración de intenciones:
Cuando colocamos máscaras
a los seres invisibles
que habitan las esquinas
los ponemos en el centro de la mente.
Deseo que ustedes disfruten de estos personajes invisibles -visibles y palpables gracias a Alba Sabina Pérez- como yo lo he hecho durante la lectura.
Reseña del poemario Personne, de Alba Sabina Pérez, Suplemento Cultural El Perseguidor, Diario de Avisos (19 mayo 2019).
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