Sabemos que ninguna lista es definitiva, que la construcción del canon no termina nunca, que probablemente su consecución es una utopía. Si pensamos en la década de 1980, la primera década en democracia, lo primero que debemos destacar es que veníamos de una dictadura que había arrebatado por completo los derechos jurídicos y sociales a los homosexuales y a las mujeres, a las que había devuelto a su papel de buenas esposas, amas de casa y madres. Todo ello pesa, no solo en las costumbres y en las creencias, sino también en los criterios con los que se escribe la historia de la literatura. Y sigue pesando en la construcción que hacemos hoy en día del canon, pues nos sigue moviendo la inercia de aquellas ideas anquilosadas que impidieron el avance del país durante cuarenta años. De ahí que haya decidido de forma expresa recuperar los nombres de ocho escritoras imprescindibles que publicaron valiosos libros en la década de 1980. Para mí, autoras de máximo nivel que, injustamente, en muchos casos murieron, en los primeros años de este siglo, sin recibir el Premio Canarias de Literatura, como fue el caso de Josefina de la Torre[1], Pino Ojeda[2] y Pino Betancor, y cuyas obras tenían la misma calidad, profundidad, belleza y valor literario que la de sus compañeros coetáneos.

Del mismo modo que, históricamente, se ha dejado en un segundo plano la literatura que rompe con el ideal de «lo femenino», que cuestiona los roles de género y habla sobre la homosexualidad, razón por la que, probablemente, la obra de Natalia Sosa Ayala, autora homenajeada por el Día de las Letras Canarias 2021, no se ha reivindicado mucho antes. Muchacha sin nombre y otros poemas es el primer poemario de la autora. Una obra en la que, desde la negación del yo («No me llamo Natalia. / Jamás nací. O si nací fue muerta.»), la voz poética comienza un doloroso viaje en el que se irá recomponiendo. Y es que, tal como afirma Blanca Hernández Quintana, «hablando desde la otredad, desde la negación de la identidad de los cuerpos oprimidos, […] desarrolla una obra poética, como resistencia a la normalización, a través de diferentes etapas que se corresponden con la negación, invisibilidad, opresión, búsqueda y aceptación» (Natalia Sosa Ayala, en Archipiélago de las Letras, Academia Canaria de la Lengua, [sine data]).

En cuanto a la antología poética A la mar fui por naranjas, de Pedro García Cabrera, considero que tiene un gran valor, pues la preparó el propio autor, aproximadamente un año antes de su fallecimiento. Las voces de Pedro García Cabrera y de Josefina de la Torre -que en la antología Poemas de la isla incluyó su poemario Medida del tiempo, inédito hasta 1989- nos devuelven el eco de la Generación del 27 y de los poetas que fueron represaliados tras la guerra civil. En el caso de Pedro García Cabrera, la cárcel, la huida y la persecución fueron las constantes de una vida de lucha, compromiso social y político y militancia poética. En el caso de Josefina de la Torre, el llamado «exilio interior», la pérdida de tantos derechos para las mujeres logrados con la II República y la desaparición de amigos, exiliados o asesinados, como su adorado Federico García Lorca, marcaron la trayectoria de una escritura que, en ocasiones, se viste de desesperanza.

Existe un tema que tienen en común las obras de Josefina de la Torre, Digna Palou Cruz y Elsa López y que también ha sido orillado por los estudios críticos e historiográficos tradicionales: la maternidad frustrada. Un tema que, pese a su relevancia y a su relación con la vivencia del cuerpo femenino, no ha sido atendido como se merece. Josefina de la Torre siempre quiso ser madre y no pudo. Digna Palou Cruz, sin embargo, vivió la tragedia de perder a uno de sus hijos a la edad de siete años, debido a una enfermedad. Y Elsa López, como es conocido, tuvo que enfrentarse al horror de la «trama de los bebés robados». Se trata de autoras que abordan un tema doloroso desde tres enfoques distintos, pero, en todos los casos, a través de obras poéticas emocionantes y sólidas.

Asimismo, tanto en las obras de Josefina de la Torre, Digna Palou Cruz y Elsa López como en las de Ana María Fagundo, observamos que el paisaje de las islas Canarias está muy presente. Todas estas autoras, al estar lejos de Canarias, recuerdan el paisaje que marcó su infancia y que tuvieron que dejar atrás. En el caso de Josefina de la Torre, la playa y la luz evocan la isla de Gran Canaria; Elsa López vuelve una y otra vez a La Palma a través del elemento marino, y Digna Palou Cruz y Ana María Fagundo regresan a su Tenerife natal a través de la vegetación y la brisa. Tal como apunta Cecilia Domínguez al respecto de Fagundo, en su poesía «aparece la nostalgia de una isla que se hace más presente en la distancia» (Ana María Fagundo, en Archipiélago de las Letras, Academia Canaria de la Lengua, [sine data]), afirmación que podemos hacer extensible a las cuatro escritoras abordadas.

En cuanto a Olga Rivero Jordán, se trata de una escritora que no pertenece a ningún movimiento, tendencia o grupo poético, sino de una voz independiente que, en 1982, publica su primera plaquette poética, Los zapatos del mundo. Un conjunto muy breve que, sin embargo, da cuenta de un universo poético maduro, pues realmente la autora ya había escrito una obra prolija con anterioridad, pero esta había permanecido inédita. Sin duda, se trata de una de las voces más singulares del panorama poético del archipiélago.

Por su parte, en Las oscuras violetas, de Pino Betancor, la voz poética afirma: «Si pudiera volver al primer sueño, / tú serías de nuevo el primer llanto». Y Pino Ojeda apunta en El alba en la espalda: «Algo, de pronto, sacude mis huesos. / Y vivamente me incorporo. / […] Mas, ya no es posible el encuentro». Se trata de las voces de dos poetas imprescindibles, valiosas y únicas, hermanadas no solo por la amistad que compartieron, sino también por dos temas que atraviesan toda su poesía: el amor y la nostalgia. Una nostalgia que las hace poetizar a través del sueño y de la ensoñación para recrear imágenes y situaciones del pasado que ya no son posibles. Así, el paso del tiempo, el amor, la soledad y la memoria son elementos que están presentes en sus obras y que, mutatis mutandis, nos permiten establecer puentes entre ambas autoras, de las que hemos seleccionado dos de sus mejores libros de poemas.

Finalmente, Luis Feria es otro de los nombres indiscutibles de la poesía insular canaria. En 1989, se publica Cuchillo casi flor -título que recuerda, salvando las distancias, a aquel Espadas como labios, de Vicente Aleixandre-. Un poemario en el que aborda temas universales como el amor o el paso del tiempo, pero que personalmente me interesa por la reflexión que, desde la poesía, hace sobre la propia poesía. Así, en un verso apunta: «No existe lo imposible, el poema lo niega», haciendo referencia a lo inasible, a lo inenarrable, es decir, al territorio al que solo se puede acceder a través de la palabra poética. Otro ejemplo de la presencia de la función metalingüística del lenguaje sería el que está presente en el texto titulado «El poema»: «Si después de leerlo sientes sed / es que el discurso es fértil». Sin duda, una de las mejores aportaciones a la poesía escrita en Canarias en la década de 1980.

En suma, la década de 1980 marcó un antes y un despúes en la escritura canaria. Nuevas voces, como las de Natalia Sosa Ayala u Olga Rivero Jordán, llegarían para quedarse; otras, como las de Luis Feria o Pino Ojeda, alcanzarían una madurez extraordinaria; y finalmente, las de otros autores, como Pedro García Cabrera, seguirían inspirando a las nuevas generaciones. Espero que el breve recorrido realizado por estos diez libros sea del agrado de los lectores.

[1]Se le dedicó el Día de las Letras Canarias en 2020.

[2]Se le dedicó el Día de las Letras Canarias en 2018.

Artículo publicado originalmente en Ojeart, noviembre de 2022.