«Dulce Díaz Marrero: ¿sepultada por la ley del olvido?», por Covadonga García Fierro.

En uno de sus poemas más conocidos, «Amor constante más allá de la muerte», Quevedo hacía referencia en el siglo XVII a la muerte a través de la metáfora «ley severa», como si no existiera nada tan grave y firme como el acto de morir, excepto el amor, que es lo único que podría atravesarlo. Sin embargo, puede que exista una ley o un castigo aún más severo: el olvido. Cuando olvidamos, nada hay tan definitivo. Es lo que ha ocurrido en Canarias con una de las voces más singulares: la de Dulce Díaz Marrero. Nacida en Santa Cruz de Tenerife en 1953, falleció de forma prematura en 1978, a la edad de veinticinco años, en el sur de la isla, en un accidente de tráfico.

Desde pequeña se sintió atraída hacia la literatura, especialmente, hacia la poesía, por lo que pronto se convirtió en una lectora voraz. En la década de 1970 comenzó a asistir a distintos clubes juveniles urbanos, como el desaparecido Club Joven 70, en los que se reunía con otros jóvenes y amantes de la cultura que, con el tiempo, desarrollarían distintas trayectorias vinculadas a las artes, como por ejemplo, los escritores Roberto Cabrera -que tanto ha luchado por visibilizarla-, Olga Rivero o el celebrado y aplaudido Félix Francisco Casanova, compañero de generación que, como ocurre en todo eclipse, dejaría en sombra -sin pretenderlo- el talento y la obra poética de la joven escritora al acaparar toda la atención de las instituciones, las editoriales y los medios de comunicación.

No obstante, cabe destacar que Dulce Díaz Marrero también apuntaló una corta pero potente carrera en el ámbito de la poesía: en 1975, se alzó con el 2.º Premio «Matías Real» de Poesía, convocado por el periódico La Tarde. Además, poemas suyos fueron publicados en las revistas Nuevos caminos, Menstrua Alba y Aquel viejo Noray; y su primera lectura pública de textos propios tuvo lugar en el I Congreso de Poesía Canaria (1976).

En relación con el contexto en el que vivió la autora, tal como afirma Iván Cabrera Cartaya en el artículo «Dulce Díaz Marrero, perdida y encontrada», publicado en 2019 en el libro Veinte escritoras canarias del siglo XX por Ediciones La Palma, «a finales de los sesenta y comienzos de los setenta, el cine era francés; y la música popular que escuchan los jóvenes, norteamericana. Flotaba en el ambiente una incomodidad, un malestar que los empuja a comprometerse socialmente […] y a violar las normas […], mediante aquel lema vital que proclamaba “sexo, drogas y rock and roll”». De esta forma, para comprender su obra, es necesario situarnos al final de la dictadura franquista, en el ocio nocturno de aquella época donde la influencia cultural de los Estados Unidos, especialmente en la música, impregnaba con sus ansias de libertad los textos de los jóvenes poetas. El rock, el Mayo del 68, la Beat generation, las manifestaciones a favor de causas sociales como la del pueblo saharaui, la apertura hacia otras culturas y la influencia del turismo, así como el deseo de romper las reglas, serán algunos de los acicates de la poesía de Dulce Díaz Marrero.

Su único poemario publicado apareció de forma póstuma en 1987, editada por Ricardo García, en la Editorial Sosa Campos, con el evocador y rebelde título Fin de la ley, y en él se incluye también un relato breve. Se trata de un volumen en el que la autora despliega el fuerte deseo de libertad que se respira en los poemas de toda su generación; se observa en sus versos el afán de ruptura, de disfrutar de diferentes experiencias, tanto estéticas o artísticas como también vitales. Por ejemplo, la influencia del movimiento hippy, la vida comunal y alejada de tabúes, la experimentación con las drogas, los ambientes urbanos y la importancia de la música rock:

«País nuevo»

Héroe de las Montañas Rocosas,
¿dónde habitarás ahora,
con tu capa de estambre
y tus costumbres de lechuza?
Escúchame:
Mientras mires el mapa girador
detenlo en el punto de un lago
que no tenga vuelta.
Encontrarás el cubo de basura,
restos de la miel,
y perderás el lamento
entre colonos hippies
que hacen dulce el agua
con algas de marihuana.
No dejes que la luna
cambie otra vez su tamaño
y ven pronto a mi país.

En cuanto a las características formales de su escritura, Roberto Cabrera afirma lo siguiente en el prólogo a la poesía de Dulce Díaz Marrero de la edición de 2003, elaborada por la editorial Baile del Sol: «sus apoyaturas [se encuentran] en el surrealismo, sin abuso, con un verso libre bien resuelto […], con sus imprevistos, sus sentencias y versículos». Por su parte, Iván Cabrera Cartaya destaca en el artículo mencionado más arriba su extraordinario talento para adjetivar, combinando sustantivos con adjetivos no esperados, lo cual dota a sus poemas de una expresividad singular. Además, añade que la autora «fue una poeta con el don para la fanopeia, crear imágenes incubadoras de muchos sentidos, sin referentes reales, creaciones autónomas y absolutas de lenguaje». Así mismo, este autor observa que en su poesía están muy presentes tópicos como la despedida, la muerte, el deseo o su ateísmo; y que la escritora emplea con asiduidad algunos recursos retóricos, como son la personificación, la comparación, la metáfora, el uso del símbolo y, como ocurre en este poema, la ironía:

«Vivimos en unas islas»

A la derecha de España, en un recuadro.
Tenemos un cielo artificial
preñado de estrellas hoteleras.
¿Y qué importa la miseria
si nuestros árboles fructifican
cigarrillos de importación,
magnetófonos, cassettes?
Compañeros, sonriamos.
¡Qué bien el subdesarrollo sonriendo!
Olvidémonos de luchas, de libertades,
del odio de cuatro siglos
reconcentrado y caliente.
¿Para qué?
Tenemos sol todo el año
y un plátano cada día, por lo menos.

Tras su fallecimiento, autores como Eliseo Izquierdo, Fernando Garcíarramos o José H. Chela dedicaron varios artículos periodísticos e incluso poemas que rendían homenaje a la autora. Además, Félix Casanova de Ayala la incluyó en la antología Los mejores poemas de ayer y de hoy (1989), así como Jorge Rodríguez Padrón en su Primer ensayo para un diccionario de la literatura de Canarias (1992) y Blanca Hernández Quintana en el Diccionario de escritoras canarias del siglo XX (2008). No obstante, más allá de referencias escuetas, notas biográficas breves o la inclusión de uno o dos de sus poemas en antologías, es una autora que no ha gozado de suficiente atención por parte de la crítica literaria, las instituciones y los medios de comunicación.

En los últimos tiempos, únicamente podemos agradecer el esfuerzo de BGR Editora y Antonio Arroyo Silva, que en 2022 volvieron a recoger sus poemas en una edición digital, con el título El ser de Dulce. Además, puedo anunciar que próximamente aparecerá en la página web del proyecto Constelación de Escritoras Canarias, de la Consejería de Educación. Sin embargo, ninguna editorial o institución pública ha reeditado sus poemas en papel, lo que supone aceptar el riesgo de que los textos de esta autora sean sepultados por la ley irrevocable del olvido, la más severa de todas.

Artículo publicado en El Perseguidor, suplemento dominical de la edición impresa de Diario de Avisos. 7 de mayo de 2023, pp.72-73.

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